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3- ¿Para qué sirve un bibliotecario?



-Vamos a hacer una salita en el barrio- propone un vecino.

-Genial- acota otro- vamos a decirle a Olga, vecina jubilada que tiene mucho tiempo, que venga dos horitas a la semana, cuando pueda. Ella va a ser la enfermera porque se la pasó en los hospitales cuando su marido estaba enfermo. Seguro está plenamente capacitada para aplicar vacunas y sacar sangre.

-Además - insiste - es hipocondríaca, ama los remedios y los centros de salud, puede diagnosticar y de paso recetar algún analgésico.

-Excelente idea- opinó un tercero - vamos a pedir que nos donen medicamentos, así podemos abrirla. No importa que estén vencidos, que sean veterinarios, o sirvan para el mal de alturas viviendo a la orilla del mar. Lo importante es que haya medicamentos.

-¿Por qué no le pedimos a los laboratorios también? Podrían darnos aquellos que no pudieron vender y están en sus depósitos ocupando espacio, incluso algunos que estén a punto de caducar.

Esta escena es impensable, nadie en su sano juicio abriría un hospital sin médicos, o lo dirigiría un abogado en absoluta soledad sin, por lo menos, la asistencia de una agente de salud. Sin embargo, sucede a la hora de planificar (con muy buena voluntad) una biblioteca.

Se piensa que cualquiera a quien le guste leer puede gestionarla, pedirle a los vecinos y editoriales donaciones de material de descarte.

La jeringa no hace al enfermero, ni el estetoscopio al médico. Los libros no hacen a los bibliotecarios.

Así, a la hora de fijar políticas bibliotecológicas deciden el futuro de las unidades de información y sus trabajadores; políticos y profesionales de otras áreas sin ser conscientes de la necesidad de un bibliotecario entre sus filas o, al menos, su asesoramiento. Los profesionales de la información debemos estar ocupando el lugar que nos corresponde en la toma de decisiones, gestión y administración.

En las bibliotecas, bibliotecarios.



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